domingo, 13 de septiembre de 2009

“Ir al estadio sin camiseta no tiene sentido, le quita emoción y dedicación al fútbol” David Pavón

Por: Natalia Pinilla.
La Dimayor tomó la decisión de acabar con la violencia en los estadios prohibiendo el ingreso de personas que porten cualquier elemento alusivo al equipo visitante y le impidió a los clubes locales la venta directa y por paquete de boletas a las barras visitantes. Sin embargo, las reacciones en los hinchas son variadas y aunque algunos creen que esta es la solución a la problemática, otros, por el contrario, aseguran que son “pañitos de agua tibia” para una problemática nacional.
Miguel Hernández, un aficionado hincha de Santa Fe, relata con nostalgia los recuerdos de su infancia en los que su padre y él compartían el amor por el equipo escarlata “antes mi papá nos llevaba a mis hermanos y a mí a ver los partidos de Millonarios y Santa Fe, eso sí era fútbol y uno no iba con camisetas ni nada, uno iba por ver jugar. Ahora con todo ese problema de las barras yo he dejado de ir al estadio, ya no pude volver a llevar a mis hijos y nunca llegaré a llevar a mi nieto porque me da miedo que nos hagan algo por la camiseta”.
Esta no es sólo la opinión de Miguel, es la de muchos veteranos que conocieron la esencia del fútbol y la convirtieron en unión fraternal, no obstante, en la actualidad los jóvenes ven este deporte de una manera distinta, pues “ir al estadio sin camiseta no tiene sentido, le quita emoción y dedicación al fútbol, además la gracia es vestirse con los colores del equipo que uno ama para apoyar a los jugadores y que jueguen mejor, lo único que falta es que prohíban cantar” afirma David Pavón, hincha de América vestido de pies a cabeza de rojo con la espontaneidad típica de su juventud.
A pesar del contraste de los testimonios de Miguel y David, es difícil para mí imaginar un partido sin las banderas, los bombos, las camisetas y sombrillas que caracterizan la energía en los estadios, los cánticos y la alegría de los hinchas al ver que el equipo de su pasión hace gol. Seguramente si hubiese nacido en la época de Miguel, valoraría mucho más al deporte en sí, sin embargo, crecí en la época de David, caracterizada por las rivalidades de colores, regiones o simplemente por amistades que discutían la calidad de los equipos como si se tratase de algo personal.
Decidí darle respuesta a mi cuestionamiento, me acerqué al estadio y contemplé con incredulidad que El Campín en su totalidad era rojo y blanco, y que los hinchas del Medellín pasaban desapercibidos, no divisé ni un atisbo vinotinto diferente al amarillo, rojo y blanco que representan al león cardenal. El ambiente era sereno, no había miedo, no había bullicio, no logré diferenciar a los tolimenses de los santafereños que no utilizan camiseta. Era una atmosfera extraña, lógicamente había mucha gente, unos corrían, otros murmuraban y cumplían metódicamente con cada uno de los anillos de seguridad, por lo que comprendí que el estadio ya no era tan apabullante como la última vez que fui a ver a mi equipo del alma: Nacional, y que había perdido la emoción que simbolizaba llevar la camiseta del visitante.
David tenía razón, mi pasión por el fútbol es tan superficial como la de él, si no me puedo vestir con los colores de mi equipo, llevar banderas, pintarme la cara y gritar con mi caracterización que soy de Nacional, no tiene sentido ir al estadio. Aunque si lo analizo desde la posición de la Dimayor, comprendo el por qué de su medida y apoyo que se castigue a aquellos que no van a ver los partidos, a cantar, a gritar y a animar a su equipo, sino a pelear, consumir drogas y a abochornar a los demás hinchas. Es fácil deducir que ésta es una medida transitoria, pues no importa que Miguel y su familia no vayan al estadio hace años por temor, ya que la industria existente detrás de la mercancía destinada a identificar a cada uno de los hinchas de los 18 equipos de la categoría B sufriría grandes pérdidas económicas, que afectarían gravemente el negocio del fútbol, de las barras y de los implementos deportivos. Por ello, la Dimayor tendrá que ingeniar una medida que no dañe a la industria del fútbol, que abra las puertas de los estadios para hinchas de todas las generaciones y que solucione los problemas de violencia entre barras.

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